Como si de una novela de misterio se tratara, en la que ansiosos estamos por conocer el final, así percibo este sábado18 de abril de 2020, día en que confinado en casa escribo estas líneas. Es verdad que cada jornada que pasa es un día menos, pero un día menos para qué, para volver a qué. No lo sabemos. Todo es una incógnita. Dicen que nada volverá a ser como antes. Esperemos que se equivoquen.

Hace nada, cuando comenzábamos este año bisiesto, que ya es siniestro, todos teníamos nuestros planes y proyectos para el nuevo tiempo. En el pueblo, en esos primeros días de enero, disfrutábamos aún de las vacaciones, de las reuniones familiares y de amigos y contemplábamos con la misma ilusión que un niño el paso de las siete carrozas que este año recorrieron las calles de Guareña. Aún conservo la imagen de la Plaza de España abarrotada de un público muy atento al mensaje que los magos de Oriente trasladaban desde el balcón del ayuntamiento.

Terminan las entrañables fiestas de Navidad y poco a poco, volvíamos a la normalidad, como de costumbre, como cada año. El pueblo comenzaba a retomar el pulso a la actividad diaria; se anunciaban inversiones públicas para arreglos de caminos y vías pecuarias; conocíamos los proyectos de mejora de la climatización del popular mercado de abastos; los escolares habían vuelto a ocupar sus pupitres. La recolección de la aceituna seguía a buen ritmo, aunque mermada la cosecha de esta campaña por la feroz sequía que asoló ese terruño al que tanto cantaba el poeta.

Mientras tanto, los medios de comunicación nos informaban de que en China se había detectado un foco contagioso vírico de origen desconocido. Pero no había por qué preocuparse, era en China. Desgraciadamente estamos muy acostumbrados a escuchar que se producen en la actualidad brotes epidémicos como el ébola, fiebre amarilla o malaria que asolan regiones asiáticas o africanas, por poner un ejemplo. Pero nosotros vivimos en el mundo desarrollado. Nada que temer.

Casi sin ser conscientes de lo que estaba sucediendo y no dando crédito a lo que los medios de comunicación nos acercaban a diario, conocimos a primeros de febrero el primer caso de una persona contagiada en la isla de La Gomera. Se trataba de un caso aislado importado por un turista alemán que había estado en el país asiático. Sin embargo, a finales de ese mismo mes el virus saltó a la península y ya, a primeros de marzo, se confirmaron los primeros casos en Extremadura. Comenzaba a cundir cierta preocupación en la población.

En Guareña, por esas fechas, podríamos decir que vivíamos en la normalidad. La vida transcurría sin grandes sobresaltos. Así, según estaba previsto, el viernes 6 de marzo tuvo lugar mi toma de posesión como Cronista Oficial de Guareña en una Casa de Cultura llena de familiares, amigos y miembros de la Corporación Municipal, y que contó además con la presencia de alcaldes de localidades vecinas y algunos cronistas, amigos míos. No voy a referirme al acto, tremendamente entrañable, del que disfrutamos. Solo retengo en mi memoria la cantidad de abrazos y besos que nos dimos esa noche. Y ahora, en esta situación extraña, aún los añoro más.

Al día siguiente, con motivo de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, la Casa de Cultura volvió a coger un acto público, en el que contamos con la presencia de la exministra Matilde Fernández y pudimos conocer la revista editada desde la Concejalía de Igualdad para ensalzar la labor de las cooperativistas del textil en la localidad. Creo que este fue el último acto público que tuvo lugar en Guareña.

A partir de esa fecha todo sucedió muy deprisa. Noticias alarmantes de personas infectadas, recomendaciones sanitarias, comentarios de todo tipo pero, sobre todo, mucha incertidumbre. Teníamos que adaptarnos a una situación nueva provocada por un inesperado huésped molesto que, en forma de bichito, estaba empezando a matar a nuestros mayores.

En ese contexto, el 12 de marzo tuvo lugar un Pleno extraordinario ante la gravedad de lo que ya se había definido como pandemia provocada por el COVID-19, popularmente conocido como coronavirus. Al día siguiente, un Bando de Alcaldía vino a concretar una batería de medidas necesarias, al tiempo que se daban instrucciones y recomendaciones a la ciudanía. Comenzaba un nuevo tiempo en España; en Guareña.

Un tiempo de zozobra y desesperanza que se alargó cuando el Gobierno decreta el estado de alarma el día 14. Centros escolares cerrados, paralización de la actividad económica no esencial, confinamiento de la población y otras medidas que alteraron de forma sustancial nuestro transcurrir diario. Solo podíamos salir a la calle para comprar alimentos, medicinas y poco más. Eso sí, a las ocho de la tarde todos a los balcones para agradecer mediante aplausos la labor desarrollada por esos profesionales, especialmente sanitarios y fuerzas de seguridad, que están en primera línea de batalla.

El 28 de marzo el Gobierno decreta una prórroga del estado de alarma que prolonga el confinamiento hasta el 11 de abril. Lo peor, sin duda, es que se endurecen las medidas y la cuarentena se amplía a todos los trabajadores no esenciales. Es el tiempo de los ERTE. Muchas empresas tienen que acogerse a estos expedientes de regulación temporal. Miles de trabajadores se vieron afectados hasta el 13 de abril en que pudieron recuperar la actividad. Luego otra prórroga del estado de alarma hasta el 26 de abril que, seguramente, no será la última atendiendo a la evolución de la pandemia.

No sólo la actividad económica se vio alterada. Todos los eventos que debían haber tenido lugar en Guareña en los meses siguientes quedaron cancelados: la ruta senderista de marzo; el tradicional Festival Guoman que debía celebrarse el 3 y 4 de abril; los actos religiosos; la Feria de Mayo… Este año no pudo ser.

Como tampoco pudimos disfrutar, vecinos y visitantes, de los emotivos actos que con motivo de la Semana Santa se programan en la localidad por las diferentes Cofradías. Desde esos balcones engalanados vivieron los guareñenses algunos de los momentos más íntimos de su Semana Santa. Ahí quedan las imágenes para el recuerdo de un Viernes Santo diferente. Como diferente fue también el Domingo de Pascual sin la tradicional jira. ¡Qué pena! El gazpacho, la tortilla y el hornazo no saben igual en casa.

Desde que comenzó esta pesadilla, los días ya no tienen veinticuatro horas; ahora tienen luz y oscuridad. Son jornadas en las que el confinamiento va haciendo mella. Esta primavera, tan juvenil siempre, y que dicen que es tan proclive a la creación, la estamos perdiendo.

Pero todo habrá valido la pena si conseguimos ganar esta batalla, que se presenta difícil. Todos tenemos que aportar algo. De nosotros depende. Nos dicen los expertos, entre ellos nuestra hija predilecta Antonia López que el aislamiento social, el confinamiento, es la principal medida profiláctica contra la pandemia. Actuemos pues con responsabilidad cívica. Afortunadamente nuestra localidad no cuenta con ningún caso de contagio por coronavirus. Sigamos colaborando todos en el empeño. Volveremos igual o más fuerte como comunidad.

Todo esto pasará y, seguramente, algo habremos aprendido para el futuro.

Volverá la siguiente primavera.

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